Conozca la historia de “la Preciosa” más famosa de la U. Católica de Colombia

Quienes han transitado cerca de la sede El Claustro de la Universidad Católica de Colombia de seguro reconocerán a una mujer alegre, de semblante amable y mirada compasiva que vende todo tipo de mecato en la esquina de la carrera 15 con diagonal 46a, y que es reconocida por su particular expresión: “¿a la orden precioso?”.

Su nombre es María Astrid Mendoza, una ibaguereña de 53 años, 19 de los cuales ha formado parte de la historia del barrio Chapinero de Bogotá, particularmente de las calles cercanas a la Universidad Católica de Colombia, en donde día a día contagia con su alegría a los estudiantes, quienes le han puesto el apodo de “la Pechocha”.

“A mí me dicen así porque es la forma como me dirijo a la gente. El “precioso” o “preciosa” no es por ninguna novela, como algunos creen, es algo familiar: mis abuelos le decían así a mis papás, y mis papás me decían así a mí. Desde niña le digo así a la gente. Me gusta”, cuenta María con entusiasmo.

Pero aunque afirma que nunca faltó amor en su familia, también cuenta el lado triste de su historia. Esa que por culpa de la violencia y de un grupo armado ilegal la desplazó del municipio de San Antonio, en el departamento del Tolima, cuando “la Preciosa” era una mujer próspera de 30 años aproximadamente, con un par de modestas tierras, las cuales trabajaba incansablemente manejando trapiche, y haciendo panela y queso, para costear sus estudios de Comercio Internacional en la Universidad del Tolima, donde sólo pudo hacer hasta quinto semestre.

Era la década de los 90s y María llegó desplazada a la fría Bogotá acompañada de sus hijos, sin un peso en los bolsillos y con la quimera de encontrar oportunidades laborales, que nunca le resultaron.

“Yo alcancé a mendigar, a pedir plata, precisamente por este sector de Chapinero. Pero gracias al cariño que me tenían los estudiantes de aquel entonces pude conseguir un plante, de 20 mil pesos recuerdo, y con eso me compré una cajita para vender dulces, que me colgué al cuello. Y ahí empecé con mi negocio, puedo llamarlo así, es un negocio”, dice con orgullo.

María recuerda también que sus habilidades para la venta las adquirió trabajando como vendedora de automóviles, en un concesionario en Ibagué. Empleo con el cual pudo ahorrar y comprar las tierras en San Antonio, Tolima, esas mismas que le tocó abandonar después por culpa de una violencia que –se ve en sus ojos- le cuesta recordar.

Pero ella prefiere hablar del presente y agradecer a Dios por él. Gracias a su negocio ha logrado pagarle estudios profesionales a sus hijos: una es Licenciada en Matemáticas; otro es Ingeniero de Sistemas; y el último está por culminar sus estudios de Mecánica Automotriz.

“Mi madre Rosa Elvira y mi padre José, me enseñaron desde pequeña a luchar y no dejarme derrumbar por nada. Por eso seguiré luchando, quiero tener muchas fuerzas siempre para sacar adelante a mis hijos”, dice con los ojos a punto de llorar.

“La Preciosa” es una mujer constantemente agradecida. No solamente con Dios, a quien considera “el papito” de todas sus bendiciones, sino con los estudiantes de la Universidad Católica de Colombia, de quienes dice son sus segundos hijos y la alimentan con su juventud, buena educación, sonrisas y colaboración a diario.

Por eso les deja, a través de esta nota, un sincero mensaje: “Les pido que sean mejores personas cada día, buenos estudiantes, que Dios y la María Santísima los bendiga; y a sus padres, que los valoren y comprendan, sólo ellos saben el sacrificio inmenso que hace uno por verlos salir adelante a ustedes”.

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